Parece que ya está todo listo. Un
vistazo a las figuritas de sus pájaros adornando la lámpara y a las vacas
añadidas al paisaje para comprobar que todo está en su sitio. A un lado el mar
y a otro un prado verde en medio de la montaña.
Desde sus respectivos marcos, su
esposa, sus hijas, sus nietos y un par de traviesos bisnietos le sonríen con
cariño. Camina despacio por la estancia, recordando cuanto sufrió porque sus pequeños
no se hicieran daño con aquellas afiladas esquinas de la mesita mientras
correteaban por toda la casa. Mira el reloj de la pared y no puede evitar
sonreír ante el recuerdo de aquél de rotulador que lo sustituyó mientras lo
arreglaba. Acaricia las blancas cortinas y las desplaza suavemente, cómo ha cambiado la calle desde que llegaron
a aquella casa, cómo ha cambiado todo.
Con paso tranquilo se acerca al
mueble de la televisión y coge varios folios de colores y recortes de revistas
que guarda cuidadosamente en el bolsillo del abrigo. Se asoma al recibidor y antes
de salir por la puerta, una última mirada en el espejo. Se sube la cremallera
del abrigo y se ajusta el sombrero. Un elegante ejemplar de ala corta marrón
que le regalaron sus hijas para su 95 cumpleaños. Entonces, deja las llaves
encima de la mesita y se da la vuelta hacia el pasillo.
Hace ya bastante que no sale a
esa terraza. Dos fieros cuervos de plástico negro, que él mismo hizo con bolsas
de basura, lo miran con curiosidad. Con sus expertas manos recupera de su
bolsillo los papeles de colores y hace, por última vez, aquello que siempre le
gustó. Un corte, un doble, ahora, en diagonal, dobla, dobla, dobla y ahí lo
tiene: una preciosa pajarita de papel. Pero esta es diferente, esta es más
grande, esta tiene más colores. Esta puede volar. Se aproxima con sus cansadas
piernas a ese milagro de la papiroflexia, con cuidado para no tropezar por ese
suelo ligeramente inclinado. Con un gracioso y ágil gesto se monta sobre su
lomo como un joven jinete. Una sonrisa enorme llena su cara, se gira por última
vez y susurra un adiós. La pajarita
despliega sus enormes alas y ambos se elevan por el cielo Zaragozano
sobrevolando tantos lugares conocidos y a tanta gente querida. Ahora estará con
ella. Ahora todo está bien.