Lo
recordará como en una película de acción:
a
cámara lenta y sin sonido diegético.
Una
melodía dramática acompaña al protagonista,
que
se aleja a la carrera,
dejando
las ávidas lenguas de fuego
en
el fondo del cuadro.
Y
entonces,
el
salto final,
ese
salto mirando a cámara.
“Congela
ese frame,
que
no se vea la caída”
(Nadie
piensa en el aterrizaje cuando empieza a volar)
Y
sigue
ese
volar por no ver,
por
no llorar.
Pero
por mucho que corra,
va a
doler.
Es
una deflagración,
una
proceso de oxidación acelerado
que
reduce todo a cenizas
en
lo que dura un pestañeo,
un
aleteo.
En
lo que dura una arcada.
Se
sobrevive,
siempre
se sobrevive
La
explosión devastadora no mata
pero
las esquirlas penetran en el cuerpo
y
viajan erráticas atravesando tejidos y órganos vitales
Fragmentos
de aquello que salen despedidos por los
aires.
Esto
no es el cine,
la sangre salpica.
Pregunta
a los cámaras con qué limpian sus objetivos.
Los
daños colaterales te acosan
al
olor de una simple cerilla
Y vuelve
a romperse el jarrón,
vuelve
a rebosar la bañera.
Vuelve
la arcada.