domingo, 10 de marzo de 2013

Distopía de invierno

  Noche cerrada y piernas abiertas para los danzantes. Todo está dispuesto y Caravaggio ilumina la escena. La incandescencia errática de los protagonistas los conduce por el barroco escenario. Los dos, adolecidos de malformaciones románticas y sintaxis infecciosa, no se hallarán en el guión hasta el final del primer acto.  Aquella modélica utopía, imbuida por un derroche de juventud, distorsiona  los méritos al transformarse en una cruda pesadilla invernal.
  Nadie parece percatarse. Sólo la Luna, impávida, se despide desde su cuna, de un tren que hoy arrastra un vagón de menos. Estanterías llenas de vida llenan las vidas y letras de los paseantes del puerto mientras allí, en el teatro, nadie parece entender lo que es el amor. Frío y rabia empapan las sábanas de insatisfacción y salpican a la audiencia. Patrick   Bateman folla frente al espejo y se sonríe.
   Eso sí, cuando se descruzen los caminos no habrá abrazos para nadie. El fundamentalismo de los guapos amenaza en antena y ataca en cada esquina. Lujo y lujuria son palabras sospechosamente parecidas. Y en mi utopía cada un llevaba un libro bajo la sonrisa. 


Aquella tarde el Sol quemaba hasta las fotos.