jueves, 21 de abril de 2016

Té de canela

Rugosa y áspera,
la canela te abraza los sentidos
muy por encima de su imagen de rama cualquiera.

Ella es diferente
y se sabe diferente.

Como un vestigio desdibujado de infancia y natillas de la abuela,
te acaricia el paladar inocente,
para recordarte,
con el fin de su viaje y con el avivar de otros fuegos,
que ya no eres una niña.

Era de noche cuando nos besamos por primera vez.
La luna es la que pone las cosas en marcha,
la que apaga las luces y enciende la chispa.
Motor.
Estamos grabando.
Y así fue cómo nos encendimos.

Fuera llovía
y nosotros, por solidaridad,
nos llovimos por dentro.

Las calles,
repletas de sonámbulos perdidos,
nos acogieron en sus portales
y nosotros,
temblando, nos dejamos esconder.

Nos perdíamos,
nos encontrábamos.
y entre puntos y comas nos volvimos transparentes,
etéreos e ilusión-ados:
sólo una idea al otro lado de la pantalla.

Y volvió la canela, volvió la chispa y salió el Sol
merendamos besos y música
sobre un cubo del revés con vistas a la ciudad,
una ciudad que nadie miraba.

‘Canelita en rama’ dices,
con esa media sonrisa incandescente y dulce,
que como la especia,
me deja
con ganas
de más

.