sábado, 25 de octubre de 2014

Adiós

Lo recordará como en una película de acción:
a cámara lenta y sin sonido diegético.

Una melodía dramática acompaña al protagonista,
que se aleja a la carrera,
dejando las ávidas lenguas de fuego
en el fondo del cuadro.  

Y entonces,
el salto final,
ese salto mirando a cámara.
“Congela ese frame,
que no se vea la caída”

(Nadie piensa en el aterrizaje cuando empieza a volar)
Y sigue
ese volar por no ver,
por no llorar.

Pero por mucho que corra,
va a doler.

Es una deflagración,
una proceso de oxidación acelerado
que reduce todo a cenizas
en lo que dura un pestañeo,
un aleteo.
En lo que dura una arcada.

Se sobrevive,
siempre se sobrevive
La explosión devastadora no mata
pero las esquirlas penetran en el cuerpo
y viajan erráticas atravesando tejidos y órganos vitales
Fragmentos de aquello que salen despedidos por los aires.

Esto no es el cine,
la sangre salpica.                                 
Pregunta a los cámaras con qué limpian sus objetivos.

Los daños colaterales te acosan
al olor de una simple cerilla
Y vuelve a romperse el jarrón, 
vuelve a rebosar la bañera.
Vuelve la arcada.