Llevaba puesto el vestido que él le regaló. Era blanco y largo, de una tela semitransparente que él jamás habría sabido identificar. Unos finos tirantes le dejaban sus hombros al aire, que tras todo el verano parecía que reflejaban la luz del Sol en forma de destellos dorados.
Las olas la hacían moverse de un modo gracioso para mantener el equilibrio, como si se tratase de una curiosa danza entre la naturaleza y ella. Alguna que otra ráfaga de aire le levantaba el vestido hasta los muslos, pero ella lo sujetaba con un sencillo gesto consciente de que él la estaba observando. Entonces se giraba y él comprobaba tristemente que sus ojos se habían vuelto más oscuros, casi azules, del mismo color que el mar que se extendía rabioso ante ellos. Entonces sabía que jamás sería suya, ella siempre pertenecería al mar. Cerraba los ojos y suspiraba. Al abrirlos de nuevo ella ya no estaba allí. Solo el vestido blanco arrugado en el suelo lo acompañaría de nuevo en su rutinaria vida. Con el envolvería ahora todos los pedazos de su corazón, para mantener unidas las partes y evitar así que se perdieran en el mar para siempre.
ME SIENTO, mar, a oírte.
¿Te sentarás tú, mar, para escucharme?
Rafael Alberti
por qué todas las historias que en algun momento hablan del mar siempre son las más bonitas? =)
ResponderEliminarhay lugares que de manera u otra, pertenecen nuestras entrañas, y acabamos revocando en ellos
ResponderEliminaracabo de llegar aquí, porque he flipado con tu nombre. y con el título de tu blog. y con la canción.
el mío es Une petite Rêveuse, justamente
además, me encanta el título, yo misma he puesto algo parecido en varias ocasiones
y también la canción de Amelie
hahaha flipante
te sigo :)!
Chica
ResponderEliminarEsto
es
genial...