martes, 22 de marzo de 2011

Vino rancio y tabaco

Todas las noches, cuando volvía a casa, se cepillaba el pelo con fuerza, casi con rabia. Quería deshacerse de todo aquello. Los malos pensamientos, la humillación y la soledad le enredaban el pelo y no la dejaba pensar.


No era la primera vez y seguramente tampoco la última. Se había sentido bien unos segundos, pero era placer y no felicidad; hacía tiempo que no sentía ambas cosas a la vez. De hecho, tras lo primero, solía sentir frustración y remordimientos… Su autoestima bajaba y subía con la velocidad de una montaña rusa y sus pensamientos avanzaban más rápido que sus zancadas cuando volvía, ya al amanecer, corriendo por las callejuelas.

Aquella noche se tiñó los labios de venganza y selló su cuello con tinta lasciva. Tal vez fuera por ser él quien era o simplemente por ser un “él”, o quizás por ser ella o por… ¿quién sabe por qué? Lo que más dolía, sin embargo, eran los recuerdos de otros besos, de los de verdad, de los que dejaban un tatuaje de interés y respeto, una caricia llena de amor. Los besos de los demás también parecían más reales y mejores. Los abrazos y las caricias de verdad tenían algo diferente, una esencia distinta. Ese sabor a melocotón y vainilla, muy distinto al que tenían sus besos, ahora de vino rancio y tabaco.

2 comentarios:

  1. ¿Motivos por los que se metió en ese mundo?

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  2. Hola

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Es mejor arrepentirse por lo que has dicho que por lo que no... :)