Una vez dentro cerraba los ojos y metía una mano bajo la almohada con delicadeza. Entonces su imaginación comenzaba a volar y notaba como una brisa templaba su cuello y revolvía sus cabellos mientras un regusto salado se iba adueñando de su boca. La espuma de su colchón se endurecía hasta transformarse un una pequeña balsa fijada con gruesas cuerdas y el vaso de su mesilla de noche comenzaba a desbordarse. El agua goteaba en la alfombra y terminaba por inundar toda la habitación. Del mismo vaso salían también nubes y peces y en pocos segundos Clara se encontraba en medio de una tempestad marina. Ella no tenía miedo, su cuerpo, salpicado por el fuerte oleaje descansaba sobre los maderos que componían la balsa y que chirriaban con cada nueva envestida de la marea. Se levantaba y miraba al oscuro horizonte, estaba tranquila. Un roce conocido la hacía girarse, y se encontraba con la mirada ardiente de… de él, de su capitán. Se acercaban seguros, se besaban, se tumbaban y se enrollaban entre las sábanas. Entonces el agua, la tormenta, y la balsa desaparecían y quedaban sólos ellos, sus viejas sábanas de corazones y sus ganas de navegar.
-¿Sabes una cosa?
-Dime Clara - sonreía mientras le acariciaba el pelo desordenado.
-Sabes a mar, a aventura y a mar.

Navegar sin temor
en el mar es lo mejor,
no hay razón de ponerse a temblar.
Y si viene negra tempestad
reír y ramar y cantar.
¿A quién no le gusta imaginar?
ResponderEliminar¡Todos soñamos!
Genial entrada, me gusta mucho cómo describes