Era un día nublado y las nubes estaban bajas, Valentín botaba y saltaba entre estratos y cirros sin caerse, iba realmente concentrado, ya que según me ha comentado años después es dificilísimo mantener el equilibrio. Ese día Valentín iba con un curiosos esmoquin rosa hecho a medida, yo creo que no le dio tiempo de cambiarse, normalmente cuando nos vemos él va siempre con su viejo pijama de rayas de colores.
En cuanto salí del colegio cogí mi bicicleta y pedaleé con fuerza hasta llegar al antiguo cementerio del pueblo. Allí hay una enorme sequoia, desde dónde se ve toda la comarca. Trepé por su enraizado tronco hasta la última y más elevada rama y desde allí pude tocar el extremo de una minúscula nube con forma de escalera… Entonces como si lo hubiera hecho toda la vida adelante un pie hacia la nube y sentí una superficie esponjosa bajo mi zapatilla. Sonriente y tranquila fui ascendiendo por esa nube-escalera hasta que llegué a otra, plana y blanca como la nieve. Allí tumbado tranquilamente al Sol me esperaba Valentín con su traje y una gran sonrisa en la cara. Yo creo que a quien iba a ver con tanta prisa era a mi, aunque se que es demasiado orgulloso para admitirlo.

La huida no ha llevado a nadie a ningún sitio.
Tocar las nubes no siempre es sinónimo de subir al cielo, te lo digo yo que tengo los pies en la tierra.
ResponderEliminartiene que ser maravilloso estar en las nubes... ;)
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